miércoles, 2 de diciembre de 2009

02_12_09

Yo sólo la recuerdo a ella.

Aunque me decían los amigos que eran tres. Pues yo sólo la recordaba a ella. No sé si fue su forma de mirarme, quizá el perfume que dejaba tras de si, tal vez fue toda ella la que me dejó como hipnotizado, en una estado de total y absoluto ensimismamiento, tanto que no recuerdo ni cuándo se marchó, ni cómo, ni a dónde... De hecho, a pesar de no saber cuánto tiempo estuvo allí, ni siquiera a mi lado, apenas cerca, la sensación que quedó impregnada en mi cerebro fue la de haber estado una eternidad observándola, dejándome seducir por ese aura enigmática y mágica que la rodeaba.

Estaba tan atrapado por su embrujo que no supe o no pude reaccionar de la manera más lógica, ni siquiera de una manera instintiva, nada, cero. No pude ni dirigirle la palabra, ni moverme hacia ella, creo que ni de pestañear fui capaz. ¿Cómo iba a ser yo capaz en tal estado de preguntarle su nombre, impensable obtener su número de teléfono, quedar en otro momento o proponerle una cita, una cena, un café, cualquier cosa menos lo único que pude hacer, estarme allí plantado como un pasmarote, inmóvil, habrá pensado que soy idiota o algo parecido, o algo peor. Pero sí hay una cosa que me dejó, sin pedírselo, sin necesidad de hacer ningún esfuerzo, y fue su imagen, se me quedó grabada como un tatuaje, indeleble, pero como la memoria es traicionera y débil, y con los años voy notando que los recuerdos se diluyen poco a poco como una gota de tinta en el agua, me apresuré a dejarla allí, en el lienzo, donde podrá permanecer cual recordatorio de ese momento que dudo que nunca se vuelva a repetir, aunque quién sabe, quizás un día, por la calle, vuelva a sentirme hipnotizado...

Si eso vuele a pasar, me pregunto si
esta vez tendré el valor de decirle que me acabo de enamorar...

Mañana más. O pasado...